¿Recuerdas la primera vez que montaste en bicicleta sin ruedines?
Seguramente había un adulto detrás, sujetando el sillín. Sentías su mano, te daba seguridad. Pero hubo un momento, una pequeña carrera, en la que esa mano dejó de empujar. De repente, el equilibrio dependía de ti. El miedo y la euforia se mezclaban mientras pedaleabas torpemente unos metros antes de, probablemente, acabar en el suelo.
Esa mano que te soltó es la esencia del liderazgo. Sabía que para que aprendieras, para que fueras autónomo, tenía que dejar de sujetarte, aun a riesgo de que te cayeras.
Ahora, piensa en tu día a día profesional.
¿Cuántas veces has oído eso de que "liderar es saber delegar" o que "hasta que no delegues, tu empresa no crecerá"? Son frases que asentimos con la cabeza en reuniones y cursos de formación. Suenan bien. Y son ciertas.
Tan ciertas como que, en la práctica, nos cuesta un mundo soltar el sillín.
Y aquí viene la gran confusión, la trampa en la que caemos una y otra vez: creemos que delegar es supervisar. Y no, no solo no es lo mismo, sino que son fuerzas opuestas.
Se honesto contigo mismo/a. ¿Alguna vez has encargado una tarea a alguien de tu equipo y te has encontrado revisando cada paso? ¿Has acabado "sugiriendo" cambios hasta que el resultado se parecía sospechosamente a como lo habrías hecho tú?
Si la respuesta es sí, no has delegado. Has añadido un vigilante, tú, a la tarea que otro ejecuta. Has sujetado el sillín con tanta fuerza que la otra persona apenas ha tenido que pedalear.
Delegar es un acto de fe. Es entregar autonomía y responsabilidad sobre el trabajo y, lo que es más importante, sobre los resultados. Significa confiar en que la persona llegará al destino, aunque no tome exactamente el mismo camino que tú tomarías.
Cuando vigilas, cuando corriges el rumbo a cada instante, envías un mensaje devastador: "No confío en tu criterio". La persona "delegada" siente que no tiene espacio para decidir, para crear, para equivocarse y aprender. Y, como consecuencia lógica, no asume la responsabilidad del resultado. ¿Para qué, si al final las decisiones importantes las has tomado tú? La responsabilidad, sutilmente, ha vuelto a tu tejado.
El resultado es el peor de los dos mundos: sigues teniendo la carga mental de la tarea y, además, has desmotivado a un miembro de tu equipo.
Las barreras invisibles: ¿Por qué nos cuesta tanto soltar?
Si es tan evidente que supervisar no es delegar, ¿por qué lo hacemos? Como ocurre casi siempre, las barreras no están fuera, sino dentro de nosotros. Son miedos y creencias que actúan como automatismos, muy parecidos a los que nos hacen reaccionar en lugar de responder.
- El Síndrome del Clon: La trampa del "10 perfecto" Tenemos una imagen mental de cómo debe ser el trabajo perfecto. Nuestro "10". Y esperamos que la persona en quien delegamos produzca un resultado idéntico, un clon de nuestra propia ejecución. Pero la realidad es que su "10" puede ser diferente. Quizás su enfoque sea más eficiente, más creativo o, simplemente, distinto. Aferrarse a que solo hay una forma correcta de hacer las cosas es la vía más rápida para convertirte en un cuello de botella. Tu equipo nunca estará a la altura de una expectativa irreal: que sean tú.
- La Confianza Ciega: Delegar a la persona equivocada A veces, con la prisa, lanzamos una tarea a quien tenemos más cerca, sin pararnos a pensar. Delegar eficazmente exige conocer a tu gente. ¿Cuáles son sus puntos fuertes? ¿Qué les motiva? ¿Qué nuevas habilidades podrían desarrollar con este encargo? No conocer las fortalezas y debilidades de tu equipo es como jugar a los dardos con los ojos vendados. Puedes acertar, pero lo más probable es que el dardo no dé en la diana, generando frustración para todos.
- El Trono Intocable: Lo que nunca se debe delegar Hay un núcleo de responsabilidades que son la esencia de tu rol. La visión estratégica del equipo, las decisiones finales en temas críticos, la gestión de una crisis grave o el reconocimiento público del éxito de tu gente. Son tareas intransferibles. La barrera surge cuando, por miedo o inseguridad, convertimos tareas perfectamente delegables en "asuntos estratégicos intocables". Saber discernir entre lo que es tuyo y lo que puede hacer crecer a otros es una marca de liderazgo maduro.
- La Barrera del Miedo: ¿Y si lo hacen mejor que yo? Seamos valientes y admitámoslo. A veces, en un rincón oscuro de nuestra mente, anida un miedo irracional: el miedo a que la persona en quien delegamos no solo lo haga bien, sino que lo haga mejor que nosotros. El miedo a perder el control, a volvernos prescindibles. Este es el ego hablando, no el líder. Un verdadero líder no crea seguidores, crea más líderes. Y para eso, tiene que estar dispuesto a que sus alumnos le superen.
De la carga individual al motor colectivo
Cuando estas barreras operan en un equipo, el impacto es demoledor. Se genera una cultura de dependencia, la proactividad se desvanece y el talento se estanca. Los líderes acaban quemados, trabajando en tareas operativas que les impiden pensar en el futuro. Los equipos se desmotivan, sintiendo que son meros ejecutores de órdenes.
Romper este ciclo empieza por un cambio de perspectiva personal. Delegar no es deshacerse de trabajo; es una herramienta estratégica para desarrollar talento, multiplicar la capacidad del equipo y liberar tu propio potencial para el trabajo que solo tú puedes hacer.
¿Cómo empezar a soltar el sillín de la bicicleta?
- Define el "Qué", no el "Cómo": Comunica claramente cuál es el objetivo final, el resultado esperado y por qué es importante. Deja que la otra persona trace la ruta.
- Acuerda puntos de control: En lugar de revisiones constantes, establece hitos o fechas clave para ver el progreso. Esto fomenta la responsabilidad sin caer en el micromanagement.
- Asume que habrá caídas: La primera vez, el resultado puede que no sea tu "10". Es una oportunidad de aprendizaje, no de castigo. Analiza qué falló: ¿faltaban recursos, la explicación no fue clara, la persona no era la adecuada? Usa el "error" como una palanca de crecimiento.
A modo de reflexión, te dejo algunas preguntas:
- Piensa en la última tarea que "delegaste". ¿Fue un acto de confianza o de vigilancia?
- ¿Qué tarea de tu lista de pendientes podría ser una oportunidad de crecimiento para alguien de tu equipo esta misma semana?
- ¿Qué miedo o creencia personal te está impidiendo soltar el control y permitir que tu equipo (y tu empresa) pedalee por sí mismo?
Recuerda siempre la bicicleta: tu verdadero trabajo no es sujetar el sillín, sino correr al lado, animando, hasta que ya no hagas falta.